Esa fue la pregunta que más veces me hice en Grecia, porque parecía que allá donde iba me quedaba atrapado.
Primero fue en Salónica, en el taller de bicis de Georgios (que se pronuncia “Yorgo”). Le escribí explicándole mi viaje y diciéndole que quería pasar unos días con él arreglando bicis para los refugiados. Su escueta respuesta: “Wellcome home!”, fue un anticipo de lo que me esperaba, porque me hizo sentir en casa desde el primer día.
Una casa un poco básica, porque no hacía mucho que se acababa de mudar y, donde vive y trabaja ahora, aún no tiene luz ni ducha. Pero eran solo pequeños inconvenientes y acabé pasando 8 días con él.
Yorgo es una persona muy alegre y con un gran corazón que ha fundado una cooperativa que se llama “Greenways Social Cooperative Enterprise”. Además de arreglar bicis para refugiados, organiza eventos deportivos que, con el nombre de “play for inclusión”, intentan aunar y eliminar barreras culturales entre griegos e inmigrantes de distintas nacionalidades. También participa activamente en la creación de la red cicloturista europea “eurovelo 8” y organiza flashmobs para distintas campañas europeas como “no hate speech movement” donde se intenta concienciar a los jóvenes para reducir el uso del lenguaje discriminatiorio en la vida diaria. El secreto para poder con todo lo tiene en ser una de las personas más efectivas que he conocido en mi vida. Si algún día le decía, por ejemplo, “me tienes que pasar las fotos de hoy”, a los 5’ ya las tenía en un pen drive, a pesar de que sabía que aún me quedaban varios días allí.
Una de las ventajas de que Yorgo fuera tan eficiente es que, además de arreglar bicis (con la ayuda de su amigo Stephan que siempre venía a ayudarnos y a veces hasta nos traía el desayuno), tuvimos tiempo de visitar un centro de logística para los refugiados, estuvimos en la grabación de uno de los flashmob que organiza y, además, tuve tiempo libre para conocer la ciudad, tumbarme en el larguísimo paseo marítimo o disfrutar de un rato de lectura con el típico frappé de estas tierras en la mano (al que parece que los griegos vivan pegados).
También fue el primer sitio donde pude experimentar las larguísimas comidas de los griegos, que parece que no se acaben nunca y que pueden incluir varias paradas para fumar o incluso para echarse una mini-siesta.
El tema de la falta de electricidad lo resolvíamos usando velas por la noche. El de la ducha lo solucioné gracias a que Javi, el “bicicleting”, me puso en contacto con su amigo Lorenzo, que vive en esa ciudad. Justo los días que pasé allí Lorenzo estaba en Atenas, pero me prestó (literalmente) a su madre Gabi, que me cebó cuanto pudo, me lavó la ropa un par de veces y siempre tenía la puerta de su casa abierta para que fuera a ducharme cuando me apetecía hacerlo con agua caliente.
Me costó salir de ese ambiente. La primera vez que le dije a Yorgo que me iba al día siguiente, me contestó que no me podía ir así, que le tenía que avisar con varios días de antelación para que fuera asimilando la noticia…así que decidí quedarme un día más. Al día siguiente volví a la carga y le dije que ese sí era mi último día allí. Me repitió lo mismo y me dijo que le había dicho a Heleni, su pareja, que yo podía quedarme allí todo el tiempo que quisiera…. Pero el camino me llamaba y ya no quedaban apenas bicis para arreglar, así que esta vez sí lo hice.
Salí otra vez con algo de pena por lo que dejaba detrás y con la intención de avanzar rápido había Turquía.
Cuando apenas llevaba dos días pedaleados, pasé por unas aguas termales de las que me habían hablado la noche anterior: un antiguo centro turístico abandonado en el que te podías bañar gratis. Era pronto y apenas llevaba 10km ese día cuando vi el cartel que anunciaba el desvío. Estaba solo a 1km, así que decidí acercarme a darme un baño, lavar algo de ropa y seguir mi camino…..pero tampoco fue fácil salir de allí.
El lugar era mágico. Rodeado de montañas, un rio con 3 piscinas naturales de aguas termales y un gran bosque de plataneras. Había gente viviendo allí y me recibieron con los brazos abiertos desde el primer momento, así que pronto cambié mi idea de lavar ropa por la de quedarme una noche. Entre los “habitantes” de este pequeño paraíso había algún viajero pero, la mayoría, más que eso son nómadas que llevaban varios meses instalados allí. Muchos de ellos vinieron para ayudar a los refugiados, pero ahora el gobierno ha reubicado a la mayoría en hoteles o apartamentos turísticos (aunque solo hasta que llegue el verano y vengan los turistas con dinero en el bolsillo) y hay más voluntarios que refugiados, por lo que se han establecido allí.
Allí conocí a Simon y Gini. Simón trabaja en verano en su Galicia natal y viaja el resto del año en su furgoneta. Gini, italiana, se fue de casa a los 15 años para buscarse la vida. A Pablo, que ahora se gana la vida haciendo malabares en los semáforos y que, con solo 25 años, lleva 10 por el mundo y presume orgulloso de no haber tenido nunca una cuenta en el banco. A los griegos Ambrosio y Agelina, los franceses Simon, Gerome y Flo, y otros visitantes que aparecían para quedarse un rato o varios días.
Tienen varias habitaciones, la mayoría equipadas con muebles y hasta estufas de barro que ellos mismos han fabricado y yo me pude instalar en una sin necesidad de montar mi tienda.
La primera mañana que desperté allí lo hice con intención de continuar mi viaje. Tenía el chip de “avanzar rápido” pero, afortunadamente, Pablo empezó su guerra psicológica:
– «¿Pero cómo te vas a ir?»
– «Que tengo que llegar a Asia Central antes del invierno si no me quiero congelar!»
– «¿Cuantos días has estado en Salónica?»
– «8»
– «¿Has estado 8 días en Babylon y solo vas a pasar uno en el paraíso?»
– «Ya, ya lo sé, pero allí estaba haciendo algo útil, y precisamente porque he estado allí tanto tiempo ahora tengo que avanzar…»
….
Y así estuvimos un rato hasta que vino con un argumento demoledor:
– «Quico, no te puedes ir!»
– «¿Por qué?»
– «Porque nos vamos todos y alguien se tiene que quedar vigilando esto…»
– «Ah bueno, si tengo una misión me quedo»
Y pasé mi segundo día allí. A la mañana siguiente Pablo volvió a la carga:
– «Quico. ¿Cuantas cámaras y cubiertas llevas incluyendo las de repuesto?»
– «¿Por?»
– «Por saber cuántas te tengo que pinchar para que no te vayas»
Y, como no me gusta la violencia, le sobró eso para convencerme 😉
Y así fueron pasando los días. Aunque Pablo ya no tuvo que hacer mucha más presión y era yo el que, aunque por la noche me decía “mañana sí que me voy”, por la mañana, mientras me daba el “baño de despedida” en las aguas termales, se me quitaban las ganas y cualquier nube o un poco de viento me valían como excusa para no re-emprender mi viaje….y es que entre la magia del lugar, la buena gente, y la música que casi siempre estaba presente (Simón con sus gaitas y sus flautas, Gini con la pandereta, Pablo con el cajón flamenco, Flo con sus cánticos y algunos de los visitantes que iban llegando y que traían su guitarra o algún otro instrumento) me hubiera quedado meses allí.
Al final fueron 5 días y, cuando finalmente me había despedido y estaba a punto de marcharme, salió Simón con su gaita, Gini con la pandereta y Flo con una flauta a darme una de las mejores despedidas que he tenido en mi vida. No me quería ir hasta que acabaran de tocar, pero la idea de Simón no era esa y, en la segunda canción y después de una segunda ronda de abrazos, me hizo gestos para que me fuera. Lo hice y ellos continuaron tocando, así que, aunque ya no los veía, la música me acompañó hasta que llegué a la carretera principal y la sonrisa muchos km más…. y estoy seguro que, a partir de ahora, cada vez que escuche una gaita, volverán a mi memoria los días pasados allí.
Reemprendí mi camino, esta vez convencido de no parar hasta llegar a la frontera de Turquía pero otra mañana, mientras recogía espárragos enormes al lado de la carretera (en el este de Grecia casi nadie los come y crecen por todas partes) conocí a María y me auto-invité a un café en su casa. El café se alargó y María me habló de unos amigos suyos artesanos que cultivaban su propia comida y hasta su propia miel. Se me quitaron las ganas de seguir pedaleando y, tras un bañito en la playa, nos fuimos a casa de Yorgo y Estela, sus amigos. Me dieron de cenar dos veces: La primera con la excusa de que estaría cansado de la bici y querían que repusiera fuerzas sin tener que esperar a que se hiciera la cena que íbamos a compartir, la segunda apenas 5 minutos después de acabar la primera. Luego nos quedamos de tertulia, aunque la verdad es que entre que ellos me pedían historias de viajes y yo que estaba de palique fue más parecido a un monólogo😊.
A la mañana siguiente me dijeron que me quedara un día más, luego me arrepentí de no hacerlo, porque estaba con una gente majísima y esa zona es otro pequeño paraíso de playas y humedales que no está nada explotado turísticamente, pero entre que no me acababa de quitar el chip de avanzar rápido y que ir sobre Vita sorprendiendo y haciendo sonreír a la gente engancha, decidí seguir mi camino…..eso sí, cargado con un bote de riquísima miel, otro de naranjas confitadas caseras y varias piezas de fruta que me regaló Estela para mi camino 😋.
Entrando con alegría, para no variar.
Primera noche en Grecia.
Y primer despertar.
Y por fin le encontré algo de utilidad a las clases de algebra de la carrera! 😂
Salónica.
Salónica.
Antes de yegar a casa Yorgo me enontró Jelimer, que jugó con Petrovic en la selección de Yugoslavia de baloncesto. Se ve que me vió cara de hambre y me invitó a comer.
Yorgo y Stephan arreglando bicis.
Hasta 5 viajeros llegamos a juntarnos en casa Yorgo.
De paseo por Salónica.
De paseo por Salónica.
Con voluntarios en el centro de logística.
» Si me dejas que me apoye hasta que se ponga verde el semáforo te cuento un poco mi vida» 😉
Posando con Heleni en casa de Yorgo.
En una de las largas sesiones culinarias.
Bicis arregladas para los refugiados! 😀
Yorgo en uno de los flashmob.
Con Gabi, la madre de Lorenzo.
Una de las comidas en el paraiso.
Habitación en el paraiso.
Piscina climatizada.
Música ambiente….
y otras actividades lúdicas.
aguas termales llamándome por la mañana.
Bosque de plataneras.
Paisajes.
Amaneceres…
y atardeceres.
En las termas conocí a Selva y Adonis. Pasé a hacerles una vista unos días más tarde y, además de invitarme a comer, me dieron una bolsa de una variedad de trigo antiguo que me sirvió para variar mis cenas varias semanas.
Con Yorgo, Estela y Maria.
Una curiosidad para mis amigos del Barça.
Hola, donde es exactamente ese paraiso de aguas termales del que hablas…?. Gracias
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Hola! Se llaman «eleftheres thermal springs», están en la carretera que va de Salónica, unos 45 km antes de llegar a Kavala.
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