Entré en Eslovenia bajo una fina lluvia y con dudas de cómo me iba a apañar ahora que dejaba atrás los idiomas cercanos que, aún sin tener prácticamente ni idea, me permitían comunicarme.
Luca me había indicado una ruta por la que, en teoría, solo tenía una cuesta larga al principio para luego hacerse plana. No sé en qué momento me equivoqué, pero me pasé casi todo el día subiendo por unas carreteras estrechas y muy empinadas donde, más de una vez, me tuve que bajar para empujar a Vita. Muchos pueblos pequeños, pero poquísima gente a la vista y ni un bar donde tomarse un café ni una tienda o puestecito para comprar algo de comida o fruta.
Pensaba acampar, pero está lloviendo mucho ahora y, sobre las 4, al pasar por uno de estos pueblos, veo que hay un cartel donde se anuncia un hostal. Me acerco a preguntar y el dueño me dice que está de reformas y que no puede alojarme. Le digo que me basta con un techo y me contesta que lo siente, pero que no me puede ayudar. Le pregunto si sabe de algún sitio donde puedo quedarme o poner mi tienda bajo techo y me dice que no, que cruce la frontera (a unos 25km) y busque algo en Croacia.
Con la que está cayendo no me apetece seguir en la bici, así que me doy una vuelta por el pueblo. Veo varios cobertizos donde podría poner la tienda a cubierto pero, cada vez que llamo a una puerta para preguntar si puedo dormir ahí, no contesta nadie. Aparte de al del hostal, solo he visto a dos ancianos y no parece haber nadie más en el pueblo. Encuentro una casa en obras con un gran porche delante, hay 3 bicis sin candar (señal de que en este pueblo no roban y que al dueño le gustan las bicis). Llamo a 3 casas vecinas para preguntar si allí puedo acampar, pero no contesta nadie y me instalo sin permiso.
Cuando me pongo a hacer la cena empieza a manifestarse la vida en el pueblo.
Pasa un chico por delante de la casa mirando el móvil. No estoy seguro de que me haya visto, le digo “chao!”, se gira sorprendido y me devuelve el saludo. Le empiezo a explicar que cómo estaba lloviendo he parado ahí, que mañana lo recojo todo, etc., etc., y, sin mirarme apenas, dice “yeah, yeah” y sigue su camino. Pocos minutos después aparece un coche por la calle y para delante de mi. Sale una mujer y se mete, sin mirarme, en la casa de enfrente. Sale el hombre que conduce, se va directo al maletero y se pone a bajar cajas. No me ha visto, pero no creo que tarde en hacerlo, así que me adelanto y le saludo, esta vez con un “hello!”. Me mira sorprendido y me devuelve el saludo pero, ante mi nuevo intento de explicación, suelta algo parecido a un “yah”, se sube en el coche y se va. La mujer sale a la puerta y me lanza una corta mirada, se vuelve a meter en la casa y cierra la puerta con llave.
No espero una banda de música en cada pueblo por el que paso (Claudi, esto no va per tu 😉 pero digo yo que no debe ser normal que alguien acampe allí en mitad del pueblo y me extraña no despertar algo más de curiosidad….
Cuando estoy acabando de hacer la cena sale la mujer de la casa. Se acerca, me presento, le cuento lo que estoy haciendo y doy por tercera vez mis explicaciones de por qué estoy ahí. La mujer apenas dice un par de “ah” (uno de ellos cuando ve a Vita). Me dice que al lado hay un hostal, le explico que está cerrado, me da las buenas noches y se va.
Al rato pasa el chico de antes. Ha cambiado el móvil por un paraguas, pero este también debe ser más interesante que mi presencia porque ni me mira. Luego vuelve la mujer, se acerca y me dice que va a llamar a su marido para ver si puede meterme en su casa. Le doy las gracias pero rechazo el ofrecimiento, que ahora ya lo tengo todo montado, no hace mucho frío y prefiero dormir en la tienda.
Ceno tranquilo pero, cuando estoy acabando de fregar, aparece otro coche y para justo delante de donde yo estoy. Lo conduce un hombre de cuarenta y tantos y lleva un niño de unos 8 años detrás. Baja la ventanilla y me dice muy alterado «ahí no puedes estar!, vete! ahora!». Empiezo a soltarle mi discurso de que estoy viajando, que estaba lloviendo y que mañana me voy. Me dice que tengo el hostal al lado, le explico que está en obras y me dice “mentira!” “vete! “súbito”!. Insisto en que está cerrado y le digo que he llamado a todas las casas vecinas para preguntar si podía acampar ahí porque necesitaba un techo, pero no me ha contestado nadie. Me vuelve a repetir que me vaya y añade “ahí no puedes acampar porque ahí es donde aparco yo!”.
No me convence nada el argumento, pero tiene todo el derecho a echarme así que no insisto. Justo al lado de la casa hay un descampado, lo señalo y le digo “está bien, pero no me da tiempo a recogerlo todo y buscar otro sitio. Moveré la tienda ahí y mañana me voy”. El hombre da marcha atrás y aparca en el descampado. Baja y le vuelvo a pedir perdón repitiendo mi discurso de viajero mojado necesitado de techo. Me dice “No, no. Perdóname tú a mí. No me esperaba encontrarte aquí y he reaccionado muy mal”.
Le explico lo que estoy haciendo y, por primera vez, se fija en Vita y le gusta mucho. Me cuenta que sabe lo que cuesta llegar aquí porque se le estropeó el coche una temporada y tuvo que ir al trabajo en bici. Estamos un rato hablando, me pregunta si me hace falta algo y se va pidiéndome disculpas de nuevo.
A los pocos minutos sigue mi teatro particular de ese día (donde a veces estoy entre el público y otras en el escenario). Sale la mujer de enfrente y me trae un té, un plato con un revuelto de patatas y huevo, un trozo de pan y una mesita de niño para que cene cómodo. Aún estoy hinchado del platazo de arroz que me he comido pero, como decimos en mi tierra «lo que va davant, va davant” y me lo como muy a gusto.
Finalmente llega otro coche y para delante de mí. Una mujer me sonríe desde dentro. Aparca en el descampado, viene directa a mí y me dice “ya me han dicho que tenemos invitado!”. Es la mujer del hombre de antes. Me pide disculpas por la reacción del marido y lo compensa con una gran simpatía el rato que pasamos hablando hasta que se despide (preguntándome también si me hacía falta algo). Yo me meto en la tienda y doy por concluida la función, no sea cosa que aparezca alguien más y se vuelva a torcer la trama.
Las condiciones climáticas me impidieron entrata en Eslovenia con mis mejores galas.
Parking reconvertido en hotel y teatro municipal esa noche.
Jajaaaaj que bueno!!!!!!! mira que si no te trantan bien, vamos y te rescatamos, eh??? Me alegra mucho saber de ti, y de Vita. Un enorme abrazo!!!
Lu
Me gustaMe gusta
Al final siempre encuentro a alguien que me trata bien, sobre todo cuando parece que las cosas se ponen duras….pero tendréis que esperar un poco más hasta que escriba las próximas entradas 😉.
Muchos besos!!
Me gustaMe gusta