Unos encuentros afortunados

“En el episodio anterior” os dejé en Toulón tras pasar dos días en “mi cabaña privada” (hace tiempo que apenas veo la tele y no sé si aún las harán, pero me encantaban las series donde te recordaban qué había pasado y no tenías que hacer el esfuerzo de recordar)

Salgo de esa ciudad muy tarde. Tengo problemas con el móvil, mañana es el cumple de una de mis sobrinas y no es una opción dejar al azar el encontrar un locutorio para llamarla. Pierdo casi toda la mañana con esto. Finalmente consigo solucionarlo y empiezo a pedalear bajo un sol estupendo, con el viento a mi espalda y disfrutando mucho del camino.

Sobre las 3 veo a un chico mirándome a la salida de una gasolinera. Cuando paso delante de él exclama algo sobre la bici y me pregunta dónde voy. No iba a parar (si lo hiciera con todos los que me dicen algo no avanzaría), pero unos metros después me doy cuenta de que la pregunta es de lo más original que me han hecho cuando voy pedaleando (cuando paro y hablo con la gente sí, pero nunca hasta ahora como primera pregunta), así que paro y me paso un rato hablando con él. Cuando ya me voy a ir me dice si me hace falta algo, le digo que no y me pregunta si ya tengo sitio para dormir…. aún me queda un buen rato de sol y quería aprovechar este estupendo día para avanzar, pero me suelo fijar mucho en los ojos de la gente y los suyos reflejan el azul de un mar en calma, así que le digo que no tengo sitio para dormir y que, si me invita, estaría encantado de quedarme en su casa. Se queda pensando y me dice que en realidad tiene la casa hecha un desastre y muchas cosas que hacer porque mañana también sale a hacer un viaje en bici (3 meses a Nueva Zelanda con su familia en un tándem), pero no duda mucho en decirme que me quede en su casa y me lleva hasta allí. Se llama Hugo, su mujer Jen y tienen un encantador hijo de 4 años que se llama Hélio. Congeniamos enseguida. Les propongo hacer una tortilla de patata y acompaño a Hugo al súper a comprar. Vamos “discutiendo” quién pagará y, como no me deja hacerlo a mí, aprovecho que va a una bodega a comprar una botella de vino para llevarla a Nueva Zelanda para comprar yo otra para esta noche. Yo me curro la tortilla de patatas y él unas galletas de chocolate. Durante la cena no paramos de reír. Tenemos el mismo sentido del humor y Hélio ayuda mucho con sus ocurrencias. Es un encanto que no para de hablar (aunque, a pesar de su edad, siempre piensa antes de hacerlo), cuando se está comiendo la galleta se queda unos segundos pensando y dice “es que me estoy comiendo la galleta muy a gusto, pero mientras me la como no puedo hablar!”. Nos quedamos hasta tarde de tertulia. Antes de dormir Hugo me pregunta qué tal estoy, le digo que me siento afortunado por haberlo encontrado en mi camino y me dice que él también, que para ellos ha sido como empezar el viaje un día antes.

Al día siguiente me preparan un súper-desayuno y, por si no me llevaba bastante de allí, Hélio interrumpe mientras estoy hablando con sus padres y tengo esta mini-conversación con él que me hace crecer varios palmos:

Hélio: Quico….
Yo: Oui?
Hélio: Je t’aime…

Porque sus padres me habían caído genial, que si no lo rapto y me lo llevo conmigo!

Y como en esta vida tiene que haber de todo, poco después empezaron los problemas. La transmisión de la bici empezó a fallar, el hornillo no funcionaba bien (más de una noche pensé que me quedaba sin cenar mientras le pedía que aguantara un poco para poder recuperar fuerzas) y la esterilla volvía a deshincharse varias veces cada noche a pesar de que la hundí un par de veces en agua sin que saliera, aparentemente, ninguna burbuja.

Contacto con un chico en Internet que ofrece alojamiento. Vive a unos 20km de Niza (que en principio parece mejor sitio para parar) y me tengo que desviar un poco de mi ruta para llegar a su casa, pero en su perfil pone que tiene un pequeño taller de bicis en casa, que le gustan los malabares y el mimo, así que decido que vale la pena conocerlo. Estoy a unos 75km de su casa y no suelo hacer más de 60 así que ese día, aunque no lo suelo hacer, pongo el GPS del móvil en marcha para ir directo y poder llegar cuanto antes. Al principio voy encantado porque me va llevando por caminos y carreteras sin apenas tráfico, pero luego me mete en un parque natural, por caminos de tierra y piedras, llenos de baches y con muchísimas pendientes. La transmisión de Vita no aguanta la fuerza que tengo que hacer para poder ir subiendo, así que me toca empujarla en las cuestas más pronunciadas y, al poco tiempo, no puedo ni con las más leves sin que la cadena salte, cruja y se queje del trato recibido. No sé si la propia cadena, el piñón o el plato, pero está claro que si sigo así algo va a acabar rompiéndose. Paro y me paso más de una hora llenándome las manos y ropa de grasa intentando improvisar algo. Acabo haciendo una auténtica chapuza, pero parece funcionar. No creo que aguante esas cuestas si sigo por ahí, así que deshago el camino andado y busco la carretera. Escribo a mi anfitrión para decirle que no voy a llegar. Ya anocheciendo llego a una ciudad, encuentro una pequeña arboleda con un puente al lado y al otro el aeropuerto. Creo que es el peor sitio en el que he acampado, pero hoy me vale cualquier cosa. Pienso que entre mis dos “vecinos” no me van a dejar descansar por el ruido, pero entre empujar a Vita y la tensión del día estoy agotado y duermo 11 horas casi del tirón….y eso que la esterilla sigue pinchada.

Finalmente al día siguiente llego a casa de Guillaume, mi anfitrión. Más que una casa es un enorme terreno con 3 niveles de un amigo suyo, Manu, que está viajando por el mundo en barco. La parte inferior es un enorme jardín donde viven Guillaume y Jérôme (puedes mear donde quieras, me dice Guillaume, pero intenta cambiar de sitio o, si lo prefieres, hay un baño al fondo) hay dos caravanas, varias furgonetas, un barco en construcción, una cabina de teléfono, un tótem y muchísimas bicis entre otras muchas cosas. Para los amantes del orden igual es un caos, para mí era un pequeño paraíso. En la parte de en medio y arriba hay dos casas donde viven las encantadoras Mélodie y Ágnes, amiga y madre de Manu respectivamente. Yo me instalé en la parte de atrás de una de las furgonetas, en una cama habilitada allí para recibir visitas y pasé allí 3 días buenísimos en los que me hicieron sentir parte de esta pequeña familia. Me costará olvidar los desayunos y comidas al sol, las cenas regadas con vino, las tertulias con licor a la luz de la luna y toda la ayuda que me prestaron para resolver mis problemas.

Me costó salir de allí, pero les prometí a mis sobrinos que, este año que estoy cerca, volvería unos días en navidad y tenía que continuar en viaje si quería pillar el vuelo.

La última noche que ceno con ellos Guillaume se ofrece a acompañarme unos km al día siguiente. En seguida se apuntan todos así que mi despedida es una mini masa crítica de 5 personas hasta Niza en otro día perfecto para pedalear. Una vez allí lo alargamos un poco yendo a comer a unas rocas al lado del mar y, finalmente, nos despedimos con un café en la terraza de un hotel, yo con la sensación de dejar más amigos en el camino a los que espero volver a ver algún día.

Sigo mi camino hasta Mónaco. Mi entrada allí no se puede decir que fuera gloriosa….más bien todo lo contrario. Mélodie anoche escribió a varios amigos que vivían en la ruta por la que yo iba a pasar y, finalmente, me consiguió alojamiento en casa de Anabelle, una amiga suya que vive allí. Había quedado con ella a las 7 y llego antes, así que decido aprovechar el tiempo haciendo un poco de turismo. Me acerco al casino y, en cuanto pongo el pie en tierra, viene un policía a decirme que me vaya de allí (parece que el azul de mi bici no pega con rojo el rojo Ferrari, que se lleva más en esa acera). Me dirijo al barrio antiguo, solo hay una calle para entrar y hay un policía en medio. Me da el alto y me dice que los turistas solo pueden pasar andando. Le digo que no hay problema, que dejo la bici allí y voy andando. Me dice que no, que me vaya. Pasan unos niños y empiezan hacerle fotos a Vita y preguntas a mí pero, antes de que pueda acabar de contestar, vuelve el policía a echarme otra vez. Estoy a punto de irme no solo de allí sino del país, pero ya son casi las 7 y voy a buscar a Anabelle. Tiene una cafetería en un mercado, me llena de comida y cervezas y luego salimos hasta cerrar un par de garitos (el segundo de ellos de su amiga Freddie, que lo abrió expresamente para los 3 y donde perdí la cuenta de los chupitos de un delicioso ron filipino que nos tomamos). A la mañana siguiente vuelvo a la cafetería de Anabelle donde Corinne, su hermana, me invita a desayunar (aunque igual debería decir “comer” por la cantidad de comida que me prepara). Me doy una vuelta por el casco antiguo (andando y con la cámara de fotos colgada del hombro para no levantar sospechas 😉 y, a la vuelta, ante la expectación de mucha gente del mercado que quiere ver como subo en la bici y con una “bolsa sorpresa” que me prepararon Anabelle y Corinne para el viaje (un bocadillo, varias piezas de fruta, una bolsa con frutos secos y dos trozos enormes de una torta de manzana deliciosa que alargué para tener postre un par de días) salgo del país feliz por haber conocido su lado más humano.

Y de ahí pasé a “la bella y generosa Italia”, donde la vida me siguió sonriendo….pero eso lo leeréis cuando ya tengamos todos unos cuantos trozos de turrón en el estómago 🙂

Que disfrutéis de las fiestas!!!

dsc_0434-0Con Hugo, Jen y Hélio .

dsc_0435-0Hélio apuntando maneras como cicloturista.

dsc_0441Restaurante en primera línea.

dsc_0445Hotel con certificado ambiental Iso2016.

dsc_0444«Te la cambio por el rojo!» «Yo por el amarillo!»…»que noooo, que ya os he dicho que no se cambia…»

dsc_0446Paisajes.

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DCIM100MEDIA

dsc_0455Una de las cenas con Mélodie, Guillaume y Jérôme.

dsc_0461El jardín de Guillaume.

20161208_131041No, aún no he llegado a Asia (por suerte aún me queda mucho antes de llegar allí), pero me encontré a estos 3 paseando por la playa de Niza.

dsc_0464Mini masa critica el día de mi despedida….

DCIM100MEDIAMélodie trabajó muchos años viajando con un espectáculo de caballos y ese día nos hizo una demostración.

dsc_0474Casino de Mónaco  (eso es todo lo que me dejaron acercarme).

dsc_0491-0Mónaco.

dsc_0484-0Mónaco .

dsc_0488-0Mónaco .

20161210_101424Corinne y parte del desayuno que me preparó.

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8 respuestas a Unos encuentros afortunados

  1. chemele dijo:

    Magnífico como nos haces viajar con tus relatos. Cuando uno es buena gente es normal que todo el mundo te vaya tratando como te mereces (los policías de Mónaco no cuentan, aún está por ver que sean humanos 🙂 ).

    Un abrazo muy fuerte!

    Chema.

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  2. faus1 dijo:

    Joer Quico tus crónicas enganchan a cualquiera. La de experiencias que ya has acumulado y los grandes momentos que te esperan en tu viaje.
    Muchos ánimos para los días más complicados y sigue disfrutando a tope!!!
    Un fuerte abrazo

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  3. jose dijo:

    termino de leer con entusiasmo y delectación tus crónicas viajeras.
    Me han transportado a tiempos pretéritos e inolvidables.
    gracias por ser como eres y cumplir tus sueños.Y un orgullo poder considerarte AMIGO.Te veo en unos días FRONTERA

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  4. Marcelo Sepulveda dijo:

    Hola!
    Que hermoso viaje, felicitaciones.
    Necesito un gran favor!
    Años atrás trabajó conmigo en Chile Corinne Piñon en la organización de un festival de cocina, perdí su contacto, tienes alguna forma de poder enviarme algún contacto donde poder escribirle plz!

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